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Atraso cambiario, partidas pisadas y depresión generalizada: ¿cómo se llama la obra?

Como si fuera una película de etapas, nos acercamos al final de la primera. Podríamos establecer ese punto de inflexión en el venidero acto por el 25 de Mayo en Córdoba, sede del “Pacto”. Cumplidos formalmente los primeros 5 meses de gobierno, Javier Milei busca consolidar su narrativa con el que considera su primer éxito político: el retorno a un índice mensual de inflación de un dígito que significó el 8.8%. Como sabemos todos ya, el INDEC arrojó un IPC que perforó el piso del 9%, siendo allá por octubre del 2023 la última vez que se había encontrado en esos valores (8.3% en ese entonces). Desde entonces, dicho indicador fue de 12.8% en noviembre, 25.5% en diciembre, 20.6% en enero, 13.2% en febrero, 11% en marzo y %8.8 anunciado en abril. Esta desaceleración en marcha nos obliga a hacernos dos preguntas: 1) ¿cuáles son sus causas? y 2) ¿Es sostenible? Veamos.


Las razones

Para pensar en las causas de este proceso hace falta recordar porque se partió de un primer IPC tan alto. Durante la primera semana de su gestión, en un video protagonizado por el ministro de Economía Luis Caputo, el gobierno decidió realizar una brutal devaluación del tipo de cambio (del 54% en términos reales y del 118% en los nominales). A partir de esa brusca corrección, que llevó el valor oficial del dólar a los 800 pesos, es que se dió la duplicación del índice entre noviembre y diciembre. Desde entonces ha tenido lugar una combinación de medidas que, algunas más confesadas y otras no tanto, han configurado el actual escenario de desinflación.


La primera de las medidas que ha tenido lugar es lo que el Presidente llama Licuadora y Motosierra. Esta última no merece muchas explicaciones, ya que apunta directamente a los recortes en el Gasto Público prometidos en la campaña. Entre ellos se encuentran medidas cuestionadas por el arco político en su conjunto, como el freno a la obra pública, y otras que eran una cuenta pendiente de años previos, como la corrección tarifaria (más allá de la brutalidad que pueda señalarse en el esquema al que apunta el gobierno) y la búsqueda del cierre de áreas del Estado a través de la delegación de facultades estipulada en la Ley Bases. En lo que refiere a la licuación, se trata de mantener aumentos por debajo de la inflación en partidas presupuestarias de gran peso relativo, principalmente las jubilaciones y pensiones, seguidas de los salarios públicos. En el acumulado de estas dos vías, la administración libertaria dirige una caída del gasto en relación al PBI.


Al mismo tiempo, el gobierno busca disminuir el tamaño de la base monetaria, para así achicar la cantidad de pesos que circulan en la economía y emparejarlos más en relación al nivel de reservas del Banco Central. En esta parte del plan se ha vuelto fundamental la licuación, dado que colocando la tasa de interés en un nivel negativo (por debajo de la inflación) es como han podido avanzar. La contracara de esto es la pérdida de valor ya no solo de los ingresos, sino también de los ahorros de los argentinos y argentinas.


Ahora bien, están los factores estabilizadores que menos menciona el presidente, pero que son fundamentales para sostener esta caída intermensual del IPC. A la licuadora “desmonetizante” y al retiro del estado reduciendo su gasto, se le tiene que sumar un fenómeno que ambos retroalimentan: la recesión. La caída de los ingresos en un contexto de paritarias a la baja, el endurecimiento importador vía Impuesto PAÍS, el aumento de las tarifas (que obliga a restringir gastos en las familias y trasladar aumentos en las empresas) y la destrucción de puestos de trabajo están generando una caída del consumo. Así, en un contexto de achicamiento del mercado interno y caída de la capacidad instalada en uso, la inversión se encuentra también lejos de ser un motor que alcance para generar un repunte en V de la actividad. Semejante parate de los principales componentes que pueden mover la actividad explica gran parte de la caída de la inflación.

Finalmente, tenemos un componente que funciona como “ancla” para los precios, pero que irrita bastante al Presidente el hecho de que se lo mencione. Este es el atraso del tipo de cambio. Puede sonar raro después de haber realizado una devaluación de semejantes proporciones, pero lo cierto es que desde entonces la inflación acumulada de los meses citados fue del 106%, mientras que el valor en pesos del dólar aumentó solamente un 12.5% (de 800 a 900 pesos). Ese proceso, combinado con los mencionados aumentos de ingresos por debajo del ritmo general de los precios, llevó a la paradójica situación de que hoy un salario o jubilación puedan comprar más dólares y menos bienes a la vez. Caros para el extranjero y pobres hacia adentro, para resumirlo en una frase.

Con ese panorama salarial, previsional, de actividad, fiscal, monetario y cambiario es que se explica la curva descendente que viene anunciado el INDEC las terceras semanas de cada mes. Pasemos así a la pregunta por la sustentabilidad


¿Hasta cuándo?

Para responder a la pregunta de este apartado de cierre tenemos que hacer un cruce entre distintas variables. Una de ellas ya ha sido nombrada, descrita y trabajada en los párrafos precedentes: el atraso cambiario y presupuestario. Dado que el tema del tipo de cambio ya fue explicado en detalle, detengámonos un instante en la otra pata. Independientemente de la aprobación que el gobierno nacional tenga en los distintos estudios de opinión pública, es menester aclarar que una transformación del Gasto Público requiere cambiar el sustento legislativos de las partidas presupuestarias; un recorte fiscal no puede basarse en el atraso constante del pago de haberes, el desentendimiento del Estado respecto a la infraestructura del país o la acumulación de deudas con proveedores (el ejemplo más reciente es el intento de ofrecer bonos a 15 años por la deuda con las empresas distribuidoras de Energía). Un equilibrio de las cuentas públicas sostenible pasa por una transformación consensuada y duradera con el resto de los actores políticos, económicos y sociales.


Al mismo tiempo, hay que puntualizar que el acceso al crédito sigue siendo un sueño que se ve lejano. Si bien es cierto que el Riesgo País argentino ha caído desde que asumió Javier Milei, todavía se encuentra por encima de los 1200 puntos básicos, lo cual significa 1 punto más de tasa de interés adicional cada 100 de esos 1200. Es decir, 12 puntos extra de interés para tomar deuda extranjera por sobre lo que paga un bono soberano de los EEUU (que hoy tienen una tasa de interés de entre 5.25%-5.5% de acuerdo a la FED).


Por ende, el financiamiento externo dista de ser una opción hasta el momento. Eso anula una fuente posible de divisas que despeje el riesgo que significa la combinación de atraso cambiario y tasas de interés en pesos por debajo de la inflación que estamos acumulando. Dicho esquema alienta lo que en finanzas se denomina carry trade, entendido como un comportamiento especulativo que se sirve del desacople entre la evolución de 3 variables: un tipo de cambio que se actualiza lentamente, una inflación muy por encima y una remuneración de instrumentos en moneda local que se ubica en el medio de estas últimas 2. Esa superposición de evoluciones, que como ya fue dicho ocurre en nuestro país, genera un crecimiento muy acelerado de los precios relativos en dólares, el cual no se condice con el aumento de la inversión y la productividad. Los naipes que se guarda el gobierno para sortear esa situación, seguir acumulando reservas, aflojar el cepo, comenzar a flexibilizar el flujo de capitales y evitar una nueva devaluación que reviva el proceso inflacionario son los siguientes:

  1. La liquidación de la cosecha que hay cada 2do trimestre del año calendario. Si bien será muy positiva frente a la sequía del año anterior, las lluvias continuadas durante abril y mayo vienen complicando el ritmo de liquidación. A eso se le agrega el atraso del tipo de cambio con el encarecimiento en dólares de los insumos y el sostenimiento de las retenciones, un combo que alienta el ahorro en silobolsas;

  2. El Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI). Ese artículo de la Ley Bases combina una serie de garantías temporales materializadas en beneficios fiscales y de flexibilización cambiaria, que serán otorgados para los resultados derivados de inversiones mayores a los 200 millones de dólares. Ese blindaje puede ser crucial para atraer grandes inversiones extranjeras en sectores de alto potencial exportador, entre ellos minería y energía principalmente. Más allá de las críticas que podamos hacerle al sesgo re-primarizador y anti-valor agregado del proyecto, que son asunto de otro artículo, se trata de una de las llaves que pueden garantizar la pax cambiaria. Con ella vendrían la estabilidad externa, la acumulación de reservas y la desinflación preservada.


La caída de los precios en los granos, el consecuente deterioro de los términos de intercambio y el revuelo que está generando el RIGI en la dirigencia (la política en el congreso y la empresarial en el sector privado) vienen a poner en suspenso la esperanza libertaria de preservar este modelo de aterrizaje para la maltrecha macroeconomía argentina. El tiempo venidero dirá si logran encastrar la benevolencia de la opinión pública con el flujo externo que vuelva sólidos los pies de barro del modo de acumulación diseñado por Caputo y Milei.


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