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Del “fetichismo de la industria” al desarrollo real: oportunidades y desafíos del sector productivo

Actualizado: 20 ago 2021


En esta nota, el autor comparte algunas reflexiones acerca del desarrollo industrial en el mundo y las posibilidades que tiene Argentina para lograr un modelo de crecimiento económico sostenible, que logre ir más allá de la exportación de recursos naturales. ¿Cuáles son las oportunidades para lograr un desarrollo sostenible? ¿Qué estrategias productivas deberían implementarse? ¿Es posible superar la supuesta dicotomía "agro vs. industria"?

Imagen: DepositPhotos

Una de las discusiones más frecuentes a la hora de discutir por qué Argentina no es un país desarrollado y cómo puede llegar a serlo es el rol que debería tomar la industria. De un lado, se plantea que la industria es un sector clave para generar mejores oportunidades laborales, y mayores salarios y derrames tecnológicos, por lo que es necesario ser un país industrial. Del otro lado, por el contrario, se dice que en Argentina existe un “fetiche” con la industria, cuando en realidad tenemos una industria ineficiente, que entorpece el camino al desarrollo que se debiera transitar abocando nuestros recursos a la explotación de nuestras ricas tierras.


La idea es que en esta nota discutamos un poco estas posiciones y el rol de la industria en el desarrollo. Antes, vamos a definir justamente algunos de estos conceptos.


Definiendo el desarrollo económico e industrial


En primer lugar, ¿qué es el desarrollo? En economía, definimos al desarrollo como la capacidad de un país para generar por sí mismo riquezas que le permitan mantener un elevado nivel de vida para sus ciudadanos. En general, para medirlo se utilizan indicadores como el PBI per cápita o, más abarcativo, el Índice de Desarrollo Humano (IDH), que incluye al primero junto con otras estadísticas de salud y educación.


Según la definición que tomemos y el organismo internacional que consultemos, existen entre 30 y 50 países desarrollados. Bajo una de ellas, Argentina clasifica como tal, por contar con un IDH muy alto gracias a su elevado nivel educativo y de salud. Teniendo cubiertas estas dos necesidades, resta discutir qué hay que hacer para que podamos sostener el resto de la canasta de consumo de los argentinos, es decir, para incrementar la generación de ingresos que nos permitan aumentar el PBI per cápita a niveles de países desarrollados.


Sabiendo que el punto a mejorar es la generación de riquezas, y asumiendo que conocemos ya la discusión eterna del desarrollo argentino, vamos a plantear una segunda definición necesaria: ¿qué es ser un país industrial? Acá voy a tomarme la licencia de desviarme un poco de la literatura económica y voy a construir mi propia definición. A los fines de esta nota, vamos a llamar “países industriales” a aquellos para los cuales el sector industrial constituye el núcleo de su actividad productiva. Desarrollarse como país industrial implicará, en consecuencia, enfocar recursos y esfuerzos en generar saltos de productividad en este sector a partir de la innovación, la diferenciación de productos, el desarrollo de nuevas tecnologías y un gran entramado de proveedores de insumos, bienes de capital y servicios de todo tipo para el sector.


Posibilidades de desarrollo más allá de la industria


Ahora bien, ¿es necesario ser un país industrial para llegar a ser un país desarrollado? Depende.


Cuando uno mira las principales economías mundiales, advierte que, en general, son países industrializados y que alcanzaron esas posiciones impulsados precisamente por su desarrollo industrial. De la misma forma, cuando vemos la forma en la que China desafía hoy la hegemonía económica imperante, resulta imposible obviar la potencia industrial que construyó en las últimas décadas.


Sin embargo, existe una amplia gama de países desarrollados para los cuales el epicentro de su economía no es la industria. Noruega, Australia, Nueva Zelanda y, en menor medida, Canadá son los típicos ejemplos utilizados a la hora de comparar trayectorias de desarrollo para nuestro país. Pero también integran esta lista estados pequeños como Suiza, Islandia o Luxemburgo. Mientras que los del primer grupo suelen ser considerados países que se desarrollaron sobre la base de recursos naturales, el segundo grupo lo hizo a partir de la provisión de servicios financieros o de turismo. Considerando las características de la estructura productiva argentina, con una economía de tamaño medio, 45 millones de habitantes y una inserción externa predominantemente agropecuaria, resulta natural compararnos con el primer grupo y descartar al segundo.


Como decíamos, se suele decir que estas economías se desarrollaron sobre la base de recursos naturales. Pero ello no quiere decir que se hayan dedicado únicamente a la obtención de rentas por la explotación de sus tierras, sino que utilizaron estos recursos como una palanca para el desarrollo. En otras palabras, generaron un entramado productivo alrededor de estas actividades centrales: diseño y fabricación de tecnologías y bienes de capital necesarios para la explotación agropecuaria, procesamiento de sus recursos naturales para agregar valor y servicios especializados a lo largo de toda la cadena sectorial que se exportan al resto del mundo.


Veamos lo anterior con un ejemplo. Noruega no es meramente un exportador de petróleo, sino que se especializa a nivel internacional –entre otras cosas– en todos los eslabones de la cadena de extracción de hidrocarburos offshore. En este sentido, si bien no son países industriales, sí cuentan con un sector industrial desarrollado que es capaz de brindar soluciones, generar encadenamientos y una importante demanda a nivel internacional.


La industria, ¿condición suficiente para el desarrollo?


La pregunta que sigue, entonces, es la siguiente: ¿alcanza con ser un país industrial para llegar a ser un país desarrollado? La respuesta es no.


Existe un gran número de países cuya actividad productiva es principalmente industrial. Sin embargo, apenas un puñado de ellos son países desarrollados. Entre los países industriales no desarrollados podríamos mencionar, por ejemplo, a Tailandia, Rumania, México y Turquía, entre muchos otros. La producción industrial es una actividad sumamente compleja, y es justamente el grado de complejidad que alcanza en cada uno de los países industriales lo que determina el nivel de desarrollo de cada uno de ellos.


A lo largo del tiempo, la cadena de producción industrial se ha desintegrado progresivamente, lo que dio origen a lo que conocemos hoy como Cadenas Globales de Valor (CGV). Las CGV no son otra cosa que la producción de un bien en distintas etapas, cada una de ellas realizadas en distintas localizaciones geográficas. Este fenómeno de desintegración permitió que las etapas del proceso productivo más estandarizadas y que agregaban menos valor al producto pudieran ser deslocalizadas de los países desarrollados hacia otros con niveles salariales más bajos, sin perder el control sobre el proceso de fabricación.


Las CGV suelen adoptar una estructura que gráficamente se asemeja a lo que se denomina una “curva de la sonrisa”. La “curva de la sonrisa” grafica cómo se desintegra la cadena de valor de un producto, qué eslabones agregan más valor y cuáles tendieron a deslocalizarse

Dos preguntas surgen de esta gran transformación global. En primer lugar, ¿la relocalización generó desarrollo en las economías receptoras? En términos generales, no.


En algunas economías, como las del sudeste asiático, la apuesta a la industria generó un ingreso de capitales extranjeros, con incrementos de productividad y una mayor inserción laboral para su población, pero el camino del desarrollo es mucho más largo que eso. En escasas ocasiones, estas industrias generaron nuevos eslabonamientos o derrames tecnológicos que permitieran que dichos países, por su propia cuenta, pudieran construir su propio sendero de progreso industrial y escalar a otras etapas de mayor valor dentro de las CGV.


En las últimas décadas, el caso que destaca es el de China, que a partir de joint ventures y otras herramientas legales y económicas logró hacer de la deslocalización industrial una gran transferencia tecnológica. Ello le permitió escalar luego a lo largo de la cadena de valor de manera independiente.


En segundo lugar, ¿la deslocalización implicó una desindustrialización por parte de los países desarrollados? Nuevamente, la respuesta es no.


Aquí es importante hacer una aclaración. Se suele decir que los países desarrollados se están desindustrializando puesto que la participación de la industria en su PBI decrece año a año. Sin embargo, si bien ese dato estadístico es cierto, la conclusión resulta ser una falacia.


Según los datos del Banco Mundial, la producción industrial de los países de ingresos altos venía creciendo a una tasa cercana al 2 % anual durante los últimos años. En este sentido, la deslocalización no implica una reducción de la industria en los países desarrollados, sino una reestructuración, que permite hacerla más eficiente reduciendo costos y reorientando recursos hacia aquellos eslabones y cadenas de mayor complejidad que agregan más valor y demandan más tecnología. De esta forma, los incrementos de productividad y los encadenamientos generados por estos eslabones impulsan a la economía en su conjunto, lo cual genera más puestos de trabajo, un mejor nivel salarial y una economía de servicios cada vez mayor. Así, la industria, si bien reduce su peso relativo en el tamaño de la economía, termina representando la palanca del desarrollo de tales economías.

Vista noctura de Beijing, capital de la República Popular China. Foto: Visual China Group (VCG)

Radiografía del caso argentino (I): estructura productiva e inserción externa


Bajo este panorama, ¿debe Argentina aspirar a convertirse en un país industrial?


Antes de contestar de forma apresurada, conviene realizar una breve radiografía de la actividad productiva en nuestro país.


Según el INDEC, Argentina tiene un sector industrial cuyo aporte al PBI nacional más que duplica el aporte del sector agropecuario. Sin embargo, aproximadamente un 25 % de la producción industrial se trata del procesamiento de productos del agro y otro 4 % es refinación de combustibles, por lo que podemos clasificarlo como parte del desarrollo a partir del agregado de valor sobre recursos naturales y no de un modelo productivo netamente industrial.


Sumando las actividades industriales de procesamiento de productos primarios al agro, la extracción de petróleo, la minería y la pesca, la balanza queda apenas levemente inclinada a favor de los recursos naturales, con un aporte cercano al 18 % del PBI, contra un 14 % de lo que queda de la industria. Bastante parejo.


Otra forma de analizar nuestra economía es en función de la inserción externa, entendiendo que es nuestra estructura productiva la que determinará qué productos exportaremos. Al respecto, según los indicadores de Intercambio Comercial Argentino (ICA) del INDEC, más del 60 % de nuestras ventas al mundo son de productos de origen agropecuario, lo cual parecería denotar un claro perfil de nuestra economía. Sin embargo, si uno mira el intercambio regional, la radiografía cambia: dos tercios de las exportaciones a la región consisten en manufacturas de origen industrial, para un destino que representa alrededor del 30 % de las ventas para el país. En base a estos datos, si bien Argentina no puede ser considerado un país industrial a nivel global, sí lo es dentro de la región.


Considerando todos estos factores, ahora sí podemos preguntarnos cuál debería ser el perfil de desarrollo argentino. O, en otras palabras, cuál debería ser la palanca para nuestro desarrollo.


Radiografía del caso argentino (II): el desarrollo a partir del agro


Para dar respuesta al interrogante del apartado anterior, la primera conclusión que podemos adelantar es que Argentina no puede –ni debe– apuntar a ser un país únicamente industrial. Ante todo, no puede obviarse el peso que tiene el sector agropecuario argentino. Pero, más allá de eso, no nos deberíamos privar de explotar la potencialidad que existe en generar valor –junto con encadenamientos– y en desarrollar tecnología alrededor del agro.

Así como Argentina se inserta a nivel internacional como exportadora de productos agropecuarios, nuestro país también es importador neto de insumos, bienes de capital y –en menor medida– tecnología para el agro. Si pretendemos desarrollarnos a partir del agro, es necesario revertir la ecuación y promover una mayor integración de la cadena de valor agropecuaria en nuestro país.


Lo anterior no solo implica procesar más los alimentos que exportamos, sino también desarrollar bienes de capital y diseñar sistemas que mejoren la productividad de la industria alimenticia y frigorífica. No significa solo sintetizar agroquímicos, sino además promover una industria química que desarrolle nuevos principios activos que reduzcan el impacto ambiental frente a un mundo cada vez más exigente en formas de producción que sean sustentables.


Por otro lado, es necesario fortalecer la fabricación de maquinaria para el agro y para la ganadería, incorporando cada vez más tecnología y automatización con desarrollos locales para mejorar la eficiencia. También se necesita una mayor oferta de servicios para los productores agrícolas y los agroindustriales, que les permitan mejorar procesos y desarrollar sistemas de software destinados a incorporar soluciones digitales al sector.


Por último, hace falta un sistema de innovación pujante en materia de biotecnología y genética que se posicione en la frontera del conocimiento a nivel internacional, a partir de nuevas innovaciones. De esta forma, el agro funcionaría como una palanca, no ya para exportar mayor cantidad de bienes agropecuarios, sino para insertarse internacionalmente como proveedor de soluciones, equipamiento y tecnologías para otros países del mundo.



Radiografía del caso argentino (III): el desarrollo a partir de la industria


La segunda conclusión que podemos adelantar es que Argentina no puede –ni debe– ser un país que se base únicamente en el desarrollo a partir del agro. Para llegar a esta conclusión, es necesario agregar un dato adicional: Argentina no es ni de cerca un país tan rico en recursos naturales como lo son Australia o Noruega. Según estimaciones del WAVES Partnership del Banco Mundial, el “capital natural per cápita” –es decir, el valor económico de los recursos naturales explotables– de nuestro territorio representa apenas entre un 10 % y un 20 % respecto del registrado en aquellos países, por lo que su potencial como palanca es acotado.


Dadas estas condiciones, se requiere que la industria se posicione no solo como soporte, sino también como un eje adicional para el desarrollo. El ejemplo más claro es el del sector automotriz. Mientras Australia desarmó esta industria porque ya no la necesitaba, Argentina se especializó en el segmento de pick-ups aprovechando su mercado agropecuario. Así, según datos de la Organización Internacional de Constructores de Automóviles (OICA), hoy nuestro país se posiciona como el sexto productor mundial de estos vehículos con exportaciones a México, Europa y la propia Australia.


Para lograr una industria que pueda apalancar un proceso de desarrollo, se necesita un patrón de especialización productiva del sector, poniendo foco en desarrollar actividades dinámicas –entendidas como aquellas que más I+D (investigación y desarrollo) demanden y más tecnología incorporen– y con alto valor agregado. De esta forma, se pueden dirigir los esfuerzos para aprovechar las ventanas de oportunidad que surjan y pasar así del rol de demandantes a oferentes de tecnología y conocimiento a nivel internacional.


Todavía estamos lejos de identificar cuáles serían esos sectores y qué oportunidades podrían presentar para el futuro del país. Sin embargo, proyectos recientes como el de producción de cáñamo industrial y cannabis medicinal, o el plan de electromovilidad parecen ser unos primeros pasos interesantes en ese camino en caso de concretarse. El desafío real será el de generar entramados productivos, tecnológicos y de servicios alrededor de tales actividades, que permitan dinamizarlas rápidamente.


Lejos de la dicotomía “agro vs industria” y de planteos vacíos como “el futuro son los servicios”, el sendero del desarrollo se transita con la articulación de los tres sectores –agro, industria y servicios– a través de la especialización por cadenas. Detrás de generar complejos productivos integrales no hay fetichismos: solo oportunidades para el desarrollo.


https://www.ambito.com/economia/cannabis/industria-del-argentina-la-lupa-n5034918
La industria del cannabis es una de las grandes potencialidades que tiene por delante la economía argentina. Foto: Ámbito
 

El autor es economista y docente (Universidad de Buenos Aires), y se desempeña como asesor en el Ministerio de Desarrollo Productivo de la Nación.

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