Una de las virtudes más hermosas que tenemos como nación es la de tomar un producto, entenderlo, adaptarlo a nuestro suelo y siempre terminar mejorándolo. Y sin lugar a dudas, es algo que hemos hecho con el fútbol. En la actualidad hay quienes se aprovechan de su masividad para negocios personales que no tienen nada que ver con las hinchadas o la tribuna. ¿Pero cómo se llegó hasta este punto?
La evolución identitaria en las tribunas
Argentina, como protagonista migratoria del continente, supo capitalizar la incesante llegada de exiliados europeos no solo para expandir sus formas de hacer política, sino también para moldear una nueva perspectiva a la hora de organizar movimientos populares, en cualquier ámbito. En el caso que nos interesa, para los años 60, con un deporte asentado y profesionalizado a nivel competitivo, se empezaron a observar algo nuevo, disruptivo, que de alguna forma discriminaba a quienes veían al Club como un estilo de vida diario de quienes lo tenían para disociarse de lo cotidiano una vez a la semana. Sin embargo, más allá de esta "leve" separación, el fútbol argentino supo tener un gran historial de estadios repletos desde el inicio de su historia, acelerando el proceso de crecimiento en comparación con los demás países del continente. No solo desde el punto de vista de las exigencias deportivas, sino también entendiendo el contexto donde el negocio estaba lejos de ser invertir en clubes donde patearan un artefacto redondo para ser felices; una gran recaudación por venta de entradas o cuotas mensuales significaba ensanchar las arcas de la Institución. La ciudad o el barrio donde se fundó, el sindicato que participó en el proceso fundacional, el tipo de gente a la que enamoró a primera vista, toda esa mezcla iba formando sentidos de pertenencia, lazos familiares, agrupamientos de compatriotas que no se hubieran conocido de no ser por coincidir en una tribuna. Es por ello que los niveles de violencia también fueron tomando protagonismo, ya que no era lo mismo bromear con algo sin importancia a meterse con una parte vital en la vida del hombre. Por eso, dentro de esta gran catarsis que significa el ir a la cancha, hubo una pequeña discriminación involuntaria que demarcaba distintos niveles de pasión, distintos compromisos, distintos límites dispuestos a romperse. Fue así que quienes más ítems tachaban coincidían en la necesidad de agruparse para defender al Club en caso de ser necesario y de representarlo con cánticos y banderas en las distintas tribunas del mundo. Fue literalmente una expansión de la militancia política.
El desarrollo político y mediático
Toda una declaración de principios sobre todo si ponemos los pies sobre esta línea de tiempo imaginaria y entendemos lo que pasaba, social y políticamente hablando, en Argentina durante los años 60, 70 y parte de los 80. Desde el primer día como grupo organizado, estas nuevas configuraciones sociales tuvieron problemas con las fuerzas de seguridad encargadas de mantener la normalidad impuesta y cortar de cuajo cualquier alternativa con pensamiento propio fuera de lo meramente deportivo, por un lado, y con los distintos gobiernos que pretendían utilizarlos y descartarlos a gusto ya que los entendían simplemente como grupo de choque. Los años pasaron. Los negocios empresariales entendieron que debían expandir su menú de comestibles y el fútbol fue su víctima. Ellos, al igual que nosotros hace segundos intentamos explicar, entendieron a la perfección que una barra no fue ni será un grupo de choque ignorante y amorfo. Eran una traba en su misión de adueñarse de clubes. Por esencia. Por tradición de aquel grupo organizado de los años 60 que nombramos. La defensa indiscriminada del Club no se negocia.
La integración: una reflexión sobre el futuro
¿Ustedes creen que las operaciones mediáticas haciendo lobby por más medidas elitistas para la "modernización de los estadios", los "controles de seguridad" e infinitos de etcéteras no van de la mano con una estrategia milimétricamente pensada para limpiar a la barra como grupo poderoso de organización política, allanando así el terreno y elevando los precios de las entradas a niveles europeos para que ya nadie que no dé ganancia pueda ir?
Combatir su existencia es un sinsentido. Porque lo que se quiere romper no son los lazos con el narcotráfico o la venta de choripanes, no. Buscan despedazar a la resistencia unida que tiene cada club. Una barra, como cualquier otro grupo organizado, se rige por las mismas normas sociales y forma los mismos vínculos humanos internos encargados de expulsar a cualquiera pasándose de la raya. Es muy simple seguir utilizando su imagen, su colorido, su incentivo a la hora de hacer canciones y vender, para que algunos pocos empresarios de multimedios vendan imágenes al exterior, pero jamás nos debatimos una forma de integrar su cultura, su experiencia y su conocimiento dentro de los clubes.
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