Infodemia: la otra cara de la pandemia
En esta nota, la autora reflexiona acerca de cómo afectan la desinformación y la circulación de noticias falsas a la gestión sanitaria en el contexto de la pandemia. ¿Cuáles son las consecuencias de la "infodemia"? ¿Constituye un riesgo para la salud pública? ¿Qué se puede hacer para prevenirla?
Gestionar los riesgos en tiempos de COVID-19: el rol de la información
El acceso a la información y al conocimiento es una herramienta poderosa y efectiva para gestionar y reducir los riesgos y los desastres. Con esta visión, los medios de comunicación social ejercen cierta influencia para cambiar el inmediatismo de la atención a las emergencias por un esfuerzo permanente en este campo.
La información es el insumo básico para la vida diaria: en el hogar, en el lugar de trabajo, en sitios de entretenimiento, en cualquier lugar. Es el punto de partida para la gestión del riesgo.
Transmitir un mensaje a la población de manera eficiente y oportuna contribuye a reducir el riesgo, al cual estamos expuestos permanentemente. Con ello, podemos salvar vidas, y reducir el sufrimiento humano y las pérdidas materiales.
Todo evento, sea tecnológico o causado por la naturaleza, acapara la atención mediática, siempre que sea grave y excepcional. Ya sean previstos o imprevistos, son hechos que generan una gran incertidumbre en la población.
La pandemia por coronavirus (COVID-19) es un fenómeno sin precedentes en la historia. Los medios que se emplean para transmitir las noticias no son los tradicionales. A su vez, el uso a gran escala de la tecnología y las redes sociales ayudan a las personas a mantenerse seguras, informadas, productivas y conectadas.
Es aquí cuando debemos enfocar la mirada sobre los medios de comunicación y el rol que asumen en la gestión del riesgo. Cuanto mayor es la incertidumbre, mayores son las consecuencias y dificultades a las que la población deberá enfrentarse. La falta de información o la información equivocada pueden provocar grandes daños. Asimismo, que un gobierno no aporte información implica un aumento en los rumores que circulan luego de ocurrido el evento. Por eso, se considera que los representantes políticos deben dar explicaciones sobre los hechos antes de que se generen falsos rumores.
Por otra parte, es responsabilidad de los medios rodearse de fuentes confiables para no incrementar esos rumores. Esa incertidumbre que nace de una primera información la combatiremos con información completa y puntual que genere certezas y le brinde a la población la posibilidad de actuar para ponerse a salvo.
Pero, ¿qué hacer cuando el problema no es la falta de información sino la sobreabundancia?

La infodemia: una amenaza global en la lucha contra el virus
La infodemia es definida por la OMS como “la sobreabundancia de información, en línea o en otros formatos, e incluye los intentos deliberados por difundir información errónea para socavar la respuesta de salud pública y promover otros intereses de determinados grupos o personas”.
Las consecuencias de la circulación de información errónea o falsa puede perjudicar, entre otras cosas, la salud física y mental de las personas o bien incrementar la estigmatización social. Al mismo tiempo, es una amenaza hacia los logros y avances en materia de salud, y puede significar un peligro si lleva al incumplimiento de las medidas de salud pública, ya que reduce la eficacia y pone en jaque a la capacidad de los países para frenar la pandemia. Tal es la gravedad de este fenómeno que, en mayo de 2020, el Secretario General de las Naciones Unidas puso en marcha una iniciativa de comunicación de las Naciones Unidas a fin de combatir la difusión de información errónea y falsa.
Desde el comienzo de la pandemia, convivimos con incertidumbre y sobreabundancia de información. La búsqueda desesperada de datos fiables, de la inmediatez de la publicación y de la primicia conviven con los medios tradicionales y las publicaciones científicas. Todo esto ha contribuido a la circulación de distintos tipos de información falsa que han sido publicadas por prestigiosas revistas científicas, medios de renombre y ha llevado que hasta dirigentes políticos de todo el mundo y de nuestro país se sirvieran de ellas para hablar en público. Así, se puso en tela de juicio el origen de la pandemia, se difundieron supuestos tratamientos contra la enfermedad, como aquel basado en la hidroxicloroquina o la ivermectina, se puso en duda la eficacia del uso de mascarillas, se relativizaron las formas de transmisión del virus, y hasta se cuestionó a las vacunas por su origen, eficacia, efectividad o efectos adversos.
Muchos de estos debates fueron alimentados por la precipitación en la publicación científica, que en algunas ocasiones situó los intereses de grupos negacionistas por encima de las pruebas contrastadas, y por un exceso general de opiniones cuando se dispone de pocos datos o la información es deliberadamente engañosa.
La incertidumbre provocada por el COVID-19 llevó a que la sociedad se hiciera muchas preguntas y exigiera respuestas a los científicos y a los actores políticos. La necesidad de dar una respuesta rápida por la urgencia generó la precipitación en la comunicación de hallazgos e hipótesis, independientemente de la calidad de los datos en los que se basaran. Esa desinformación no hizo más que generar dudas y confusión en las personas que reciben la información, lo que puede provocar, entre otras cosas, ansiedad, desesperación y desesperanza.
Repensando el ciclo "mediático-epidémico"
Silvio Waisbord, en un artículo titulado “Cuando la salud es titular”, retoma el concepto de ciclo mediático epidémico para referirse a la dinámica de los temas de salud en la agenda periodística. Waisbord explica que la salud, como tema periodístico, es poco habitual en las páginas centrales de los diarios y suele estar relegada a secciones especiales sin adquirir mayor atención dentro del ciclo noticioso. En sus palabras: La salud es usualmente vista como “información de parrilla,” para usar la expresión argentina, desligada de la “noticia caliente” que típicamente impulsa el vértigo diario en las redacciones. Esto se debe, en parte, a que la noticiabilidad de los temas de salud no es perecedera. La información no está sujeta al paso rápido del tiempo que hoy en día, debido a la aceleración de la producción de la noticia, se calcula en horas o minutos”.
Para Waisbord, la información atraviesa tres fases: ausencia o presencia limitada en secciones especiales, duración prolongada y priorización en el ciclo noticioso, y vuelta a la cobertura mínima. Este concepto de ciclo mediático-epidémico fue aplicado para estudiar los casos de dengue y gripe A en Argentina. Sin embargo, la pandemia por coronavirus rompe los esquemas y este ciclo mediático-epidémico, en su fase de duración prolongada, ocupa no solo es tapa central de los diarios y está presente en todos los programas de televisión (incluso los especializados en otras temáticas), sino que además invade las nuevas tecnologías y las redes sociales, por lo cual tenemos más información de aquella que somos capaces de procesar.
El mencionado autor considera que la cobertura periodística de un evento noticioso se centra en dos cuestiones. Primero, en la cantidad de casos que surgen de una infección, resumido por su velocidad de expansión. En segundo lugar, porque trasciende las divisiones geográficas y sociales.
En épocas de incertidumbre, se le debe exigir un poco más a los medios de comunicación, a las empresas de redes sociales, a los científicos y a los políticos. Como sociedad, necesitamos que rindan cuentas sobre lo que publican y lo que circula pero, además, debemos ser responsables con la información que tenemos en nuestras manos cuando la compartimos con nuestros contactos. La facilidad que la tecnología y las redes sociales nos ofrecen son infinitas. Se ha dado una revolución en la forma de comunicarnos, generando grupos de personas que comparten ideas, afinidades e intereses, formando tribus de opinión con discursos que pueden llegar a ser radicalizados y que no hacen otra cosa que generar más confusión, miedo e incertidumbre.
La responsabilidad de las corporaciones mediáticas, de las redes sociales y de la tecnología es muy grande. La gran cantidad de información que circula lo hace a través de esos canales. Sin embargo, no realizan edición de mensajes, chequeo de fuentes ni rinden cuentas. A su vez, la necesidad de inmediatez y primicias provocó que los medios tradicionales cayeran en las mismas trampas. La escasez de evidencia científica y la necesidad de la figura de un experto provocó la búsqueda de voces autorizadas. La dinámica de los medios propició noticieros y programas de debate con una confluencia de opiniones, que hace difícil ver la división entre opinión política o evidencia científica. Otra consecuencia de la inmediatez es la falta de profundidad en los análisis y la ausencia entre contrastes y hechos.
Estrategias contra la desinformación: ¿qué podemos hacer?
Entonces, ¿qué herramientas tenemos como sociedad para desestimar las falsas informaciones que circulan? ¿Cómo podrían las plataformas mantenerse a la altura de las circunstancias?
En la resolución WHA 73.1, aprobada en la Asamblea Mundial de la Salud de mayo de 2020, los Estados Miembros de la OMS establecieron que gestionar la infodemia es un elemento crucial para controlar la pandemia por COVID-19. A su vez, bregaron por la aplicación de medidas contundentes para prevenir que las actividades cibernéticas debilitasen la respuesta sanitaria. Se pidió que urgentemente se aplicara un enfoque coordinado entre los Estados, los organismos multilaterales, la sociedad civil y todos los agentes que cumplen funciones para luchar contra la información errónea y falsa. Además, se solicitó la elaboración y aplicación de planes de acción que promuevan la difusión de información precisa basada en datos y evidencia científica, dirigida a todas las comunidades con un lenguaje claro y sencillo capaz de prevenir la propagación de la rumores y desinformación, respetando siempre la libertad de expresión.
Una de las herramientas que hoy tenemos como sociedad son las organizaciones de la sociedad civil que se ocupan de la verificación del discurso público, y promueven el acceso a la información, la apertura de datos y la participación ciudadana. Tal es el caso, por ejemplo, de Chequeado, un proyecto de la Fundación La Voz Pública para la Verificación del Discurso Público.
Desde que comenzó la pandemia, Chequeado se encarga de combatir la desinformación de distintas maneras. Una de ellas ha sido trabajar con influencers para crear contenidos contra la desinformación. Otra fue crear una caja de herramientas con el objetivo de lograr una internet más sana. Además, constantemente realizan verificaciones de la información que circula por los medios y grupos de WhatsApp.
Otra herramienta fue la plataforma ConfiAR, creada por la agencia de noticias Télam para analizar críticamente los mensajes que circulan por las redes sociales. A su vez, un equipo de astrónomos del Observatorio Astronómico de Córdoba, junto a profesionales de otras áreas, crearon el Proyecto Arcovid19, formado por diversas herramientas de análisis con los datos que se van obteniendo de la pandemia del virus COVID-19 en Argentina. También podemos mencionar el proyecto “Vitrinas del Conocimiento”, una biblioteca virtual sobre salud impulsada por el Centro Latinoamericano y del Caribe de Información en Ciencias de la Salud, que destaca contenidos seleccionados acerca de temáticas relevantes y/o prioritarias acerca del COVID-19.
Del mismo modo que plataformas como Twitter, Facebook, Instagram y Whatsapp adquirieron otra dimensión y se convirtieron en las principales fuentes de información para la sociedad, dando lugar así a la circulación de todo tipo de noticias, dentro de ellas surgieron cuentas que buscan traer claridad en medio de tanta confusión. Un ejemplo de ellos es la cuenta de Twitter Ciencia Anti Fake News - COVID-19, creada por científicos del CONICET.
Hoy, más que nunca, necesitamos que el contenido que circula en los medios priorice la información verdadera, fiable y clara. Es por ello que plataformas como Pinterest se han comprometido a bloquear contenidos falsos. A su vez, aunque hoy en día no haya protocolos de emergencia para redes sociales, es posible –por ejemplo– utilizar la infraestructura de la publicidad online con información fiable, oportuna y localizada según las necesidades de la localización geográfica.
Como no existe un sistema de comunicación perfecto, debemos usar todos los que están a nuestro alcance para enviar mensajes al público basados en evidencia. Es la única forma de evitar rumores.
Además, es la oportunidad de revisar los métodos de divulgación científica a fin de aumentar su transparencia. Existen expertos que se dedican a la divulgación científica y que, a través de Twitter, podcasts o páginas web, explican aquello que parece inentendible en un lenguaje claro y sencillo. Esta es precisamente una manera de utilizar la tecnología y las redes sociales al servicio del conocimiento científico.
Debemos erradicar la infodemia y trabajar por forjar una ciudadanía empoderada y participativa, con pensamiento crítico para distinguir la información falsa de la verdadera. El trabajo es conjunto. Todos dependemos de ello.

La autora es licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA) y maestranda en Políticas Públicas (UTDT). Trabaja desde hace diez años como analista en la Dirección General del SAME. Se especializa en comunicación en contextos de emergencia y asuntos relacionados a la salud.