"Para una educación equitativa es urgente resolver la brecha digital": entrevista a Melina Furman
Abrimos nuestro primer ciclo sobre Educación con una entrevista exclusiva a Melina Furman, investigadora y especialista en educación, para conversar acerca de las dificultades y oportunidades que trajo la pandemia en el ámbito educativo, y los desafíos que tenemos por delante en pos de alcanzar una mayor equidad en el acceso a una educación de calidad.

Perfil de la entrevistada:
Melina Furman es bióloga (UBA) y doctora en Ciencias de la Educación por la Universidad de Columbia, Estados Unidos. Durante los últimos años se ha convertido en una de las principales referentes en materia de innovación educativa en nuestro país, y trabaja incansablemente en diferentes proyectos de investigación aplicada, formación docente y divulgación científica. En el ámbito académico, actualmente se desempeña como investigadora del CONICET y profesora de grado y posgrado en la Universidad de San Andrés. Es una de las fundadoras de los proyectos “Expedición Ciencia” y “El Mundo de las Ideas”, y desde hace varios años integra el equipo organizador de “TEDxRíodelaPlata”. Ha publicado numerosos libros, entre ellos, “La ciencia en el aula” (2005) y “Guía para criar hijos curiosos” (2019). Dirige la colección "Educación que Aprende" de la editorial Siglo XXI, y desde el año pasado es directora del proyecto “Las Preguntas Educativas”, que tiene como objetivo responder algunos de los grandes interrogantes acerca de la enseñanza, el aprendizaje, la gestión de escuelas y las políticas educativas.
La pandemia de COVID-19 visibilizó y profundizó desigualdades preexistentes en el acceso a la educación. En países menos desarrollados, dentro de los cuales Argentina no es la excepción, la brecha se volvió mucho más amplia entre quienes cuentan con recursos económicos y tecnológicos y quienes carecen de ellos. Como consecuencia de esta problemática, durante el último año aumentó significativamente la deserción escolar, tanto parcial como total. ¿De qué manera creés que podrá recomponerse esta situación y cuánto tiempo estimás que llevará recuperar los índices de escolaridad previos a la pandemia?
Claramente la pandemia trajo una catástrofe. La UNESCO habla de catástrofe generacional en términos educativos, sobre todo porque amplió la brecha que ya teníamos entre los chicos y las chicas que provienen de familias de distintos orígenes socioeconómicos. Mitigar los daños de la pandemia, tanto de 2020 como de 2021 (porque la escolaridad híbrida que tenemos ahora también va a traer mucha desigualdad) es el gran desafío de este año –y de los que siguen–, pero no sabemos cuánto tiempo va a llevar. Y si bien desconocemos cuánto va a tardar, sabemos que algunas ideas sobre cómo recomponer esta situación se vinculan a estrategias que ya se vienen llevando a cabo en Argentina y en distintas partes del mundo.
La primera de esas estrategias es salir a buscar a aquellos chicos y chicas que no han regresado a la escuela. Ya teníamos un problema grande de deserción escolar, especialmente en la escuela secundaria, por lo que en esta vuelta a clases resulta clave que los sistemas educativos, entendidos como un todo, puedan identificar a esos chicos y chicas que no han vuelto a clases, y que desplieguen estrategias para salir a buscarlos y reconectar con ellos. En esta línea, hay un programa muy interesante, creado previo a la pandemia, que es el "Vuelvo a Estudiar" de la provincia de Santa Fe: reúne un conjunto de estrategias para recuperar a aquellos chicos desescolarizados que abandonaron la escuela por alguna razón. También otras provincias están pensando sus propias estrategias, y además tenemos el programa "Asistiré" a nivel nacional. Sin embargo, tenemos por delante un arduo trabajo para hacer en este sentido.
La segunda estrategia importante se da cuando los chicos regresen a la escuela. Lo que vamos a encontrar este año, y ya estamos viendo en estas primeras semanas de clases en algunas jurisdicciones que ya han comenzado, es una fuerte desigualdad respecto de qué pudieron hacer y aprender durante el año pasado. Hay chicos que estuvieron prácticamente desvinculados de la escuela, otros que tuvieron un trabajo de baja intensidad, y otros que por distintas razones –ya sea porque tenían el contexto adecuado, por el apoyo de sus familias o bien porque contaban con la tecnología adecuada– sí pudieron sostener los aprendizajes. En este sentido, todo el trabajo del enfoque de aulas heterogéneas, del que se viene hablando desde hace mucho, se vuelve fundamental en este contexto. Se trata de espacios en los que se puedan pensar distintos recorridos y acompañamientos para los chicos, incluso con docentes específicos que puedan trabajar con quienes hayan quedado desconectados y necesitan recuperar aprendizajes esenciales. Los programas de aceleración que se realizan en distintas provincias –pensados para chicos y chicas desescolarizados, con el objetivo de identificar esos aprendizajes irrenunciables y esenciales– constituyen experiencias valiosas de lo que se debe hacer. A su vez, es necesario trabajar a partir de estrategias concretas, que permitan que los chicos puedan volver a “recuperar el tren”. Estamos frente a un desafío enorme, pero avanzar en esta dirección va a ser clave para poder volver a lo que teníamos antes de la pandemia.
Durante el período de aislamiento social proliferaron nuevas técnicas, herramientas y habilidades, tanto de enseñanza como de aprendizaje, que favorecieron la continuidad de las clases de manera virtual. La mayoría de estas metodologías están basadas en el uso de las llamadas “TICs”, que hasta poco antes de la pandemia eran vistas con cierta desconfianza por muchos docentes (muchas veces por el potencial que tienen las nuevas tecnologías como instrumento de distracción). Teniendo en cuenta todo esto, ¿qué técnicas y recursos educativos popularizados durante el último año considerás que sería positivo mantener una vez superada la pandemia?
El año pasado fue un año de capacitación acelerada y forzosa de todas las personas que nos dedicamos a enseñar, desde el jardín de infantes hasta la universidad. Comenzamos a utilizar un montón de herramientas y tecnologías digitales, que en su mayoría ya estaban disponibles pero que nunca habíamos tenido la necesidad urgente de incorporar. En este sentido, creo que hay un fortalecimiento pedagógico de gran parte de los docentes que empezaron –que empezamos, me incluyo– a hacer uso de estas "TICs" para poder seguir sosteniendo el vínculo a distancia y, sobre todo, para continuar enseñando. ¿Cuáles de estas herramientas vale la pena seguir utilizando? Creo que no hay una lista, sino que es importante que cada docente, de acuerdo a la edad de sus alumnos y a sus propios objetivos, pueda echar mano del repertorio de lo que más le sirva. Quizás conviene pensar en cuáles son las funciones. Por ejemplo, hay acciones muy concretas como darles devoluciones por audio a los alumnos cuando hagan trabajos a distancia, ya sea a través del celular o de algunos sitios web que permiten grabar y enviar comentarios de retroalimentación de manera hablada. También podemos mencionar el uso de plataformas que organizan las aulas virtuales, como Google Classroom o Moodle; algunas de ellas son abiertas y gratuitas, otras son pagas, pero todas ellas son muy útiles para organizar los materiales y realizar el trabajo remoto que tenemos por delante este año.
Considero que todas estas herramientas llegaron para quedarse, especialmente en la educación superior, tanto en las universidades como en los institutos de formación profesional. También las reuniones sincrónicas, a través de plataformas como Zoom o Google Meet, entre otras, son un espacio que ha resultado muy fructífero y que van a ayudar a fortalecer esta educación híbrida en la que nos estamos embarcando. Y de nuevo, su utilidad depende mucho de la edad de los estudiantes. En el caso de los más grandes, lo presencial, que tanto extrañamos el año pasado, es ineludible, pero también existen ventajas en las actividades remotas, en las que los estudiantes tienen más autonomía (siempre y cuando estén dadas las condiciones de tecnología y de conectividad necesarias).
Sin dudas, lo remoto complementa muy bien lo presencial, en el sentido de que permite mayor flexibilidad y contribuye a una mejor organización de los tiempos y a un trabajo más autónomo. Sin embargo, esta autonomía de la que hablamos requiere "aprender a aprender", y eso es algo que debemos enseñar desde los primeros años de la escuela primaria: cómo aprendo a concentrarme, cómo aprendo a interpretar una consigna, cómo aprendo a buscar información. Todo eso es algo que alguien nos lo tiene que enseñar alguna vez. Muchas escuelas ya lo están ofreciendo como contenido específico de enseñanza, y eso es clave para alcanzar un aprendizaje más independiente, tanto dentro de la escuela como en la modalidad remota.
En varias charlas y entrevistas solés hacer hincapié en la importancia de implementar modelos educativos innovadores, que escapan al clásico paradigma de las clases expositivas dentro de las cuatro paredes de un aula. Entre los métodos que mencionás con mayor frecuencia se encuentra el “aprendizaje basado en proyectos”. ¿Cuáles son sus principales ventajas respecto de otras estrategias pedagógicas? ¿Se trata de un método que podría aplicarse en cualquier contexto educativo (ya sea rural o urbano, público o privado) y en todos los niveles de enseñanza?
Suelo hablar de estrategias y enfoques que pongan a los estudiantes en un rol intelectualmente activo, en el que “no hagan con las manos, sino con la cabeza”. Que adopten el rol protagónico de analizar información, de investigar, de debatir con sus compañeros, de comunicar sus ideas en distintos formatos. Dentro de esos enfoques, que son diversos, hay uno muy usado en la enseñanza de las ciencias que se llama "enseñanza por indagación", en el que los alumnos hacen investigaciones guiadas por el docente y experimentos que ellos mismos diseñan. También está el enfoque que recién mencionabas, el "aprendizaje basado en proyectos", que implica que el contenido se conecta con algún desafío de la vida real, que para ser resuelto requiere aprender una serie de contenidos curriculares que luego los alumnos volcarán en un producto final, y a través de ese resultado demostrarán aquello que han aprendido.
Voy a dar un ejemplo para que se entienda mejor. Un proyecto interesante que desarrolló una escuela comenzaba con la pregunta "¿cómo hacer para aumentar la cantidad de donantes de sangre?”. En esa localidad había una necesidad de que la gente donara más sangre, es decir, se trataba de un problema real. Al final de ese proyecto, los alumnos tenían que crear una campaña para poder ayudar a que aumentaran los donantes de sangre. Pero en el camino tuvieron que aprender un montón de cosas, por ejemplo: las características de la sangre, los componentes, cuál es la función de cada uno, qué pasa si nos hacen una transfusión de sangre que no es compatible con la nuestra, qué quiere decir "que no sea compatible". También aprendieron cuestiones que no son propias de ciencias naturales, sino de otras áreas, por ejemplo: cómo armar una campaña y cómo medir si fue exitosa, qué estrategias de comunicación ayudan a que otros conozcan y se contagien de lo que quiero compartir en mi causa, cómo incorporar el uso de tecnologías... en definitiva, montones de cosas que tuvieron que aprender para llevar a cabo su misión inicial.
En mi caso, vengo trabajando con el enfoque basado en proyectos en distintos programas, pero especialmente en uno que llevamos a cabo desde hace varios años junto a UNICEF Argentina, que se llama "PLaNEA, Nueva Escuela para Adolescentes", del que participan muchas escuelas de la provincia de Tucumán –y este año también van a sumarse algunas de la provincia de Chaco–. Se trata de escuelas estatales, tanto rurales como urbanas, de alta vulnerabilidad educativa. Este ejemplo es solo uno de los tantos que demuestran que el aprendizaje basado en proyectos se puede implementar en cualquier contexto, siempre que los proyectos estén bien diseñados, que exista un acompañamiento de los docentes y que estos, a su vez, participen en encuentros de aprendizaje junto a sus colegas, de modo que puedan ir poco a poco cambiando ese chip de la enseñanza tradicional. Los resultados realmente son interesantes, tanto en la motivación de los alumnos como en los nuevos aprendizajes y las capacidades para la vida que van desarrollando.
En línea con la pregunta anterior, en un país con tanta diversidad social, geográfica y demográfica como el nuestro, ¿de qué modo pueden diseñarse políticas educativas que puedan implementarse de manera federal a lo largo y ancho de todo el país, pero que al mismo tiempo no descuiden las particularidades de cada contexto local?
Tenemos un país federal y muy diverso. Las políticas educativas tienen que contemplar, desde su diseño mismo, orientaciones claras: inversión y condiciones de base garantizadas para que cada escuela se convierta en un espacio de innovación pedagógica. Con esto me refiero también a la posibilidad de que los directivos, con sus equipos docentes, puedan reunirse para pensar las prioridades de su escuela, para diseñar planes de mejora, para analizar los trabajos de los estudiantes y evaluar entre todos cómo van. Esto forma parte del diseño de cambios sistémicos que están ocurriendo todo el mundo, que justamente combinan esas dos dimensiones: por un lado, la guía, los recursos y la rendición de cuentas; y, por el otro, la autonomía, el espacio para que cada escuela pueda pensarse a sí misma.
Siguiendo el ejemplo de la mayoría de los países del mundo, en estos días los niños, las niñas, y los y las adolescentes de todos los niveles educativos están regresando a la escuela de manera presencial, aún a pesar de que continuamos teniendo un elevado número diario de casos confirmados de COVID-19. Además de lo que ya hemos comentado acerca del incremento de la desigualdad que ha traído la educación virtual, ¿qué otras razones convierten a la presencialidad en una necesidad tan imprescindible?
Estamos volviendo a clases con modalidades escalonadas, con protocolos, con todos los cuidados que hacen falta. Y eso es muy importante porque estamos en un contexto epidemiológico –que en algunas provincias es especialmente difícil– que a todos nos genera muchas dudas y temores. Pero si hay algo que aprendimos luego de un año entero de educación remota es la importancia de la presencialidad: de la escuela como ese espacio de encuentro en el que los chicos y las chicas pueden estar con sus pares y sus docentes, fuera de casa, aprendiendo a vivir en comunidad. Esta escuela que todos extrañamos tanto resulta esencial para el bienestar emocional de los chicos y las chicas. Además, se vuelve especialmente relevante para todos aquellos que quedaron desconectados de la escuela durante el año pasado. Más allá de lo raro que es volver de esta manera y de lo dificultoso que se vuelve para los docentes dar clases en estas condiciones, creo que la vuelta a la presencialidad es muy positiva. Y a medida que transitemos este camino iremos aprendiendo a hacerlo cada vez mejor.
Para terminar, en pocas palabras, ¿cuáles considerás que son los principales desafíos que tenemos por delante para que en el mediano plazo seamos capaces de garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad, y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos y todas, tal como nos alienta el cuarto objetivo de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible?
En el mediano plazo, tenemos varios desafíos en Argentina. El primero de ellos es promover una educación de calidad para todos, sin dejar a nadie afuera. Que existan espacios de cuidado y educativos desde la primera infancia, los cuales permitirían que las madres pudieran salir a trabajar y eso redundaría en mejores oportunidades de vida para todos.
Otro gran desafío es el del financiamiento: lograr que sea equitativo para todas las provincias, dado que hoy es muy desigual. Junto con ello, garantizar un piso suficiente de inversión para la educación de todos los chicos y las chicas del país, que asegure buenas condiciones edilicias, recursos materiales y libros... es decir, una plataforma mínima para poder aprender.
Por otro lado, también resultan fundamentales la capacitación docente y la formación inicial de quienes van a serlo. En este sentido, es importante seguir trabajando para que los docentes se puedan apropiar de metodologías de trabajo activo para que los alumnos puedan aprender a reflexionar sobre su práctica. A su vez, que sean capaces de incorporar tecnologías digitales de manera potente, que les permitan conectar con la vida real y con el sentido más profundo de cada uno de los contenidos que enseñan. Asimismo, generar comunidades de práctica al interior de las escuelas, con tiempo remunerado para que puedan reunirse y trabajar en conjunto –un poco lo que decía en la pregunta anterior–. Esto es especialmente importante en la escuela secundaria, donde es imperioso avanzar hacia un sistema de profesores por cargo: profesores que tengan muchas o todas sus horas en una misma escuela, de modo que dispongan de tiempo no solo para estar al frente de los alumnos sino también para reunirse con colegas, planificar, pensar las evaluaciones, corregir y llevar a cabo todo lo que implica la tarea docente.
Por último, otro desafío, que ya no es de mediano plazo, sino urgente, consiste en resolver la brecha digital. Lo que observamos el año pasado, y luego nos confirmaron los datos, es que la mitad de las familias no cuentan con una conexión confiable a internet o no tienen conectividad del todo, ya sea porque utilizan datos móviles o acceden a una banda ancha de muy baja calidad. Además, muchas familias no disponen de celulares o cuando los tienen muchas veces son compartidos por varios integrantes de la familia, y en buena parte de los casos carecen de computadoras. Por estas razones, universalizar la conectividad y contar con dispositivos se convierte en una de las principales claves dentro de los desafíos en el corto plazo.