La interna peronista se encuentra en su momento de mayor efervescencia. Por un lado, tenemos la disputa entre Máximo Kirchner y Axel Kicillof al interior de la provincia de Buenos Aires por las “nuevas canciones”. Por el otro, las incursiones de Cristina Kirchner en la arena política nacional, primero contra el senador José Mayans en el Congreso, y luego junto a él en contra del gobernador riojano Ricardo Quintela, esta última a motivo de la presidencia del PJ.
La importancia de las elecciones del PJ.
El día 17 de Noviembre de este año, el Partido Justicialista nacional celebrará elecciones internas para definir la fórmula que lo presidirá durante el gobierno de Javier Milei. Las dos listas a disputarse la banca presidencial del partido se encuentran encabezadas por Ricardo Quintela, gobernador de La Rioja, por un lado, y Cristina Fernández de Kirchner respectivamente, por el otro. La importancia de este hito reside en un sinnúmero de cuestiones interconectadas entre ellas, cuestiones que pueden definir el futuro para la oposición más “dura” al gobierno actual, que la conforma el peronismo claro está.
Ya lo dijo Abal Medina: el Partido Justicialista no es sino, en términos más reales y concretos, la maquinaria electoral de un todo que lo excede, siendo este último el movimiento peronista, indefinible en el marco de una singular institución como lo es el PJ. Lo más interesante en lo que centrar nuestra atención, sin embargo, lo suscita el valor simbólico que, históricamente, supuso la banca presidencial del partido en términos de la política nacional.
Podríamos empezar señalando que, de los 14 presidentes que históricamente tuvo el partido, 5 de ellos ejercieron -en la mayoría de los casos de manera simultánea- la función presidencial de la Nación. Algunos otros, como lo fue el caso de Daniel Scioli, supieron representar en su momento la candidatura titular a la presidencia de la Nación en nombre del peronismo, elección que acabó por perder en el balotaje. En resumidas cuentas, podemos afirmar que el presidente del PJ generalmente ocupa uno de los principales roles, si no el principal, a la hora de definir la fórmula presidencial para las elecciones nacionales dentro del peronismo, y encarna una clara figura de liderazgo, distante de ser meramente simbólica. Se trata de una posición que implica peso político en las negociaciones por sí mismo.
Estas distinciones, sin embargo, suponen sus propias particularidades. Insisto, lo contundente del peronismo no se trata de la infraestructura institucional que encarna el PJ en este caso, sino de su capacidad de movilización y convocatoria histórica, que es mucho más amplia y metafísica. Buscamos reincidir, en vistas de lo dicho, en el carácter principalmente simbólico de la disputa por la presidencia del PJ, más como una ficha de peso en el tablero de la política peronista antes que su pieza constituyente e indiscutida, como quizá pueda darse a entender de manera prematura. En un contexto donde la modalidad en la formación de coaliciones electorales impacta tan contundentemente en el armado de listas para las candidaturas, es normal que su influencia se vea mermada; lo que sí no ha de confundirse es el tratarlo como algo superlativo, mucho menos a la disputa por su presidencia durante este turbulento contexto de reinvención para el peronismo, en materia tanto programática como direccional.
El futuro liderazgo del PJ y su rol para el peronismo.
En términos históricos, no es la primera vez que un gobernador provincial -y particularmente riojano- le disputa la banca presidencial del PJ a un dirigente nacional. Tal fue el caso de la contienda entre Menem y Cafiero en el año 1988, que supone también la única otra instancia en que la presidencia del PJ se definió en una interna -no está de más mencionar cómo el ganador de dicha interna, Carlos Menem, obtuvo poco tiempo después la presidencia de la Nación-.
Sin embargo, el contexto y significado políticos en esta situación se trata de uno muy distante y diferente al de ese entonces. Lo que se juegan ambas listas en esta ocasión particular del presente, también en términos del futuro del movimiento, se ve imbricado en una disputa de índole discursiva que afloró durante los últimos diez años hacia dentro del peronismo. Lo que se discute, en particular, se trata -al menos a nivel superficial- de la continuación del modelo personalista que contemporáneamente monopoliza Cristina Kirchner, al que llaman kirchnerismo, o uno de índole mucho más burocrático, de cuadros, despersonalizado, profesionalizado y “federal”.
Clara manifestación de ello lo fue el cruce entre Máximo Kirchner y Axel Kicillof, donde el primero buscaba representar los legados presidenciales de sus ambos progenitores, mientras que el gobernador pujaba por una renovación con “nuevas canciones” hacia dentro del peronismo.
Hoy, la confección de las listas favorece mucho más a la expresidenta que al gobernador. En la lista de la primera se encuentran una cantidad de líderes del movimiento mucho más expuestos a nivel nacional, tales como Wado de Pedro, José Mayans -con quien supo tener sus disidencias previamente- y Juan Manzur, por hacer mención a algunas de dichas figuras. La lista de Quintela, nótese su designio “¡Federales! Un grito de corazón”, contiene en sus filas a viejos exponentes del movimiento, como Rodríguez Saa, como así a algunas figuras notables tales como Victoria Tolosa Paz, quien encabezó la lista peronista de las elecciones legislativas del año 2021 para la provincia de Buenos Aires y se desempeñó posteriormente en el ministerio de desarrollo social.
Una suerte de aproximación diagnóstica.
Lo que personalmente sugeriría, tanto hacia dentro del PJ como para ambas listas, puede sintetizarse en una palabra: prudencia.
Hacia dentro, urge evitar el “gorilismo” de muchos cuadros del peronismo surgidos durante la década pasada. Una opción “no K” puede resultar atractiva para muchos dirigentes, pero no han de pecar de contrafácticos, pues se hace entonces necesaria la proposición de una alternativa al modelo que se viene manteniendo desde la década del 2000. No se trata de descartar el kirchnerismo para hacer cualquier otra cosa, pues cualquier otra cosa significaría una mejoría frente a una simbología y método presuntamente obsoletos. La propuesta y dirección del partido a partir de semejante transformación ha de ser decidida, contundente y atractiva, para asegurar así no solamente el éxito electoral del peronismo a futuro, sino también una gestión adecuada del país, fin último de cualquier fuerza política.
En términos de la imagen del partido hacia fuera, numerosas son las críticas de varios espacios, así como desde gran parte de la ciudadanía “no peronista”, a la reemergencia de Cristina Kirchner en una imagen de liderazgo consolidado y oficial para el futuro del peronismo. Su imagen pública se encuentra hoy muy degradada para la mayoría de la población, a lo que los analistas repiten siempre su atractivo electoral de “piso alto, techo bajo”, aludiendo a la poca flexibilidad de su figura para los ojos de la opinión pública. Todos conocen a Cristina, todos son conscientes de sus numerosos escándalos mediáticos y la mala prensa que constantemente se le hizo en este país, y ello la condiciona a la hora de salir públicamente. Lo que es innegable, sin embargo, es su genio político y discursivo, a la vez que su experiencia sinigual tras haber presidido la Nación en dos periodos consecutivos.
Por supuesto, la opción más atractiva para el peronismo más “sensato” se trataría de una unidad consolidada de las distintas ramificaciones, proveída de un rumbo definido y encarnado por un dirigente que tenga en cuenta y enfrente los costos políticos de lo que supondría cualquier gestión a nivel nacional. Ya lo propuso Sergio Massa durante su campaña durante el año pasado, con el eslogan de la “Unidad Nacional”, así como más recientemente lo hizo Axel Kicillof, quien desde la provincia de Buenos Aires asegura que su lucha es contra las políticas de Javier Milei solamente, y que las cuestiones hacia dentro del movimiento han de ser resueltas a puertas cerradas con frialdad, prescindiendo de provocaciones por la vía mediática. Es allí que reside sin duda la cura al dilema del peronismo del presente: el apoyarse en su históricamente fructífera “tercera posición” neutral, a fines de negociar con todos los sectores dispuestos a formar oposición, nunca desprovisto sin embargo de un liderazgo político fuerte y contundente que marque ese rumbo. La unidad programática debería ser la base fundamental de cualquier movimiento político masivo y serio como el peronismo, que se ponga al frente con determinación de la lucha contra las políticas de ajuste neoliberales, así como también a futuro una posible alianza oficialista en el frente electoral, a fines de conformar una alternativa coherente y seria para el porvenir de nuestro país.
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