Están por marcarse las 4 de la mañana en el reloj de un nuevo 24 de marzo. Me encuentro sentado, frente al escritorio de mi cuarto con una pantalla y un teclado, pensando en cómo volcar tantas sensaciones, ideas y sentimientos que rebalsan en estos días. Te usaré, querido lector, como un compañero más, para pensar y compartir unas breves consideraciones ante un nuevo aniversario de la dictadura más sangrienta que hemos tenido que atravesar como argentinos.
¿Te preguntas las razones? ya te las digo. Son como 30.000.
Escribo y pienso en sus historias. Pienso en sus sueños y miedos. Pienso. Siento. Realmente lo siento. Pienso en sus edades. En esas edades tempranas que se asemejan a la de los pibes y pibas que veo a diario dejando todo por construir un país como el que soñamos. En esas edades que se asemejan a la mía y muy probablemente a la tuya. Pienso también en cómo una noche silenciosa, como la de hoy, se transformó en el silencio más aturdidor de nuestra historia nacional. Pienso… y te invito a pensar juntos.
Sigo sentado y ya logré una cierta constancia en mi escritura, que no me tiene como protagonista en cuerpo pero sí en alma, porque cada día se hace más necesario sentir esos tiempos de manera mucho más profunda. Pensemos juntos lo que sería encender la radio y que tu vieja, tu viejo, tus amigos y amigas escuchen, sin siquiera imaginarlo, el inicio de un camino que culmina en tu persecución, muerte, violación, tortura y/o secuestro. ¿incómodo leerlo, no? Me pasa lo mismo al escribirlo y año tras año se vuelve más difícil de creer. De entender.
Es injusto. No hay justicia en eso. No existió justicia en eso. Y esa impotencia que hiela la sangre es la que nos une en lo colectivo porque no nos da igual la suerte del otro. Nos entendemos en una sociedad. Nos entendemos mejores en el conjunto. Nos entendemos en comunidad.
La memoria nos es familiar
Somos muchos los que desde chicos respiramos esas sensaciones. Las diferencias de pensamiento en las mesas familiares me educaron en la cultura de la diversidad. Esas diferencias me ayudaron a entender el valor del disenso y, con ello, la importancia del diálogo pero, sobre todo, me ayudaron a reconocer la importancia de la identidad: aquella que si poseemos no valoramos conscientemente, pero que al faltarnos la sentimos más que a cualquier otra cosa. Internalizar la esencia de la democracia y entender que, “con ella, todo. Sin ella nada" es consecuencia de repensar el pasado y evitar repetir los errores que dejaron sin aliento a miles. Buscá, escuchá y viví los testimonios de familiares o victimas que sufrieron en carne propia el horror generado por un Estado terrorista y muchas discusiones que hoy se encuentran abiertas en el escenario político se contestarán solas.
Nuevamente me sitúo en este teclado que empieza a sufrir mis incontables avances y borrones. Pienso en mi realidad y en la de miles de jóvenes que soñamos y dedicamos nuestras vidas a construir un país mejor. Pensamos en ello por el simple motivo que hemos nacido y desarrollado nuestros primeros años de vida bajo un sistema que pocas veces es reconocido como se merece. Un sistema cuya defensa le ha costado la vida a miles de personas en nuestro país.
Proyectamos nuestras vidas con esta base firme de ideales democráticos que nos han inculcado de chicos, pero que a muchos les ha tomado varias décadas asimilar y a otros todavía no les llegó el mensaje. Hablé de un silencio que aturdió, un recordatorio de ese terror que aquellos compañeros atravesaron y que nunca debemos dejar en el olvido porque, justamente, olvidar implica desconocer años de búsqueda de igualdad y de lucha por los derechos de tantos y tantas que hoy no tienen la oportunidad de defenderse.
El tiempo solo es tiempo
Pasaron 48 años y el dolor prevalece. Los relatos, a viva voz, de familiares de detenidos desaparecidos nos inundan los ojos y a la vez nos abrazan a la idea de que a la democracia se la defiende sin dudas ni flaquezas. Que a los compañeros que nos quitaron los traemos de nuevo en cada encuentro, en cada charla, en cada reunión. En cada minuto invertido en transformar la maldita suerte de millones. Ahí están. Ahí vuelven con sus convicciones y alegrías. Con sus vivencias y amores. Con nuestro encuentro.
Ya son las 6 de la mañana. Miro a la ventana y el color del cielo comienza a cambiar. Se torna un poco más claro. Quizá porque nos acercamos al reencuentro que tenemos una vez al año con todos los que ya no están. No sé. Cada 24 se siente eso. Se siente, porque nosotros no festejamos ninguna dictadura. Festejamos que nos reencontramos con ellos. Festejamos la vida y el luchar por el otro. Festejamos la empatía de entender lo que siente el de al lado y esa fue, es y será nuestra principal característica.
No festejamos la muerte ni el terror. Nos juntamos porque los 30.000 compañeros detenidos desaparecidos marchan con nosotros una vez más. Los llevamos como bandera y aunque moleste, siempre será de esa forma.
Nos vemos en la plaza, compañero/a. Seguramente nos encontremos en un abrazo interminable. Tan interminable como nuestro compromiso por la memoria, verdad y justicia.
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